Los reyes del mundo buscan poder y posición, esperan ser servidos por su pueblo y simplemente dar ordenes. Su reinado se expande por las guerras y se establece con la fuerza, mientras que el verdadero Rey renuncia a todo para servir y hacer avanzar su reino con amor y establecerlo con su entrega.
Nuestro Señor Jesucristo es el Gran Rey, al mismo tiempo que es un Gran Siervo. Él vino al mundo no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (Mat: 20:28) ¿Por qué esto debería ser importante para nosotros? ¿No es verdad acaso que aunque los reyes y gobernantes del mundo son malos sirven a otros? Lo inusual de Cristo como el Rey que se entrega al servicio es que él no está sirviendo a sus semejantes, sino a sus enemigos. Él se inclina a servir a aquellos que están por debajo de su dignidad y en oposición a su majestad. Esto hace que su servicio sea humillante, porque los reyes se sirven entre semejantes, pero nunca renuncian en humildad por el bien de aquellos que no están a su altura, como lo hizo Jesús. (Efesios 2:6-8)
A pesar de su posición de Rey siempre estuvo dispuesto a servir. (Juan 13) El Maestro lavó lo pies de sus discípulos y no sólo les mando ha que se sirvieran unos a otros, sino que les enseñó con su propia vida como hacerlo. Lo sorpréndete en la escena de la última cena, no solamente fue que hizo un trabajo que no era visto con mucha honra, sino que lavó lo pies de Judas, el traidor, como muestra de un servicio abnegado. Cristo, el Rey verdadero usa su autoridad para servir. Su liderazgo no es una auto-promoción de sus dones y talentos, sino el uso de los mismos para el bien de otros.
Él nos llama a imitarlo, aunque por naturaleza no poseemos un corazón que ame el servicio, más bien, estamos dominados por el deseo egoísta de ser servidos, pero por la obra de Cristo en la cruz podemos ser perdonados y liberados de ese egoísmo pecaminoso. Él puede transformarnos y darnos un corazón nuevo dispuesto a servirlo a Él y ha nuestro prójimo. Así que renunciando a todo pecado, vengamos en arrepentimiento al Señor y confiemos en su obra perfecta.
Lo inusual de Cristo como el Rey que se entrega al servicio es que él no está sirviendo a sus semejantes, sino a sus enemigos.
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